domingo, 1 de enero de 2012

LA INFANCIA: Tiempo de jugar

En la infancia los chicos no tienen responsabilidades adultas.  La infancia es (o sería bueno que fuera) tiempo de aprender, tiempo de ir separándose de sus padres al ritmo propio de cada chico, tiempo de jugar y vincularse con otros, tiempo de vivir seguros, cuidados, sin ocuparse de las cuestiones de supervivencia de las que nos ocupamos los padres.
Hoy, los estímulos invaden la vida de los chicos antes de tiempo y ellos crecen demasiado rápido. ¡Cuántas veces vemos como anormales cuestiones que sólo indican que el chico es chiquito y necesita un tiempo más antes de poder quedarse solo en el jardín, meter la cabeza debajo del agua, quedarse en el cumpleaños de un amiguito, andar en bici sin rueditas, aceptar las reglas de un juego y tantos otros ejemplos de nuestro apuro por verlos grandes, independientes y seguros.  Cuando no dura suficiente, uno anhela toda la vida esa infancia perdida y probablemente intenta recuperarla de alguna manera, en alguno o muchos aspectos de la vida.
Podemos, hasta cierto punto, acelerar la madurez intelectual o motriz, pero no podemos hacer lo mismo con la madurez emocional:
  • Los chicos tienen que estar seguros de que poseen antes de poder compartir: Claramente vale para juguetes y objetos, pero antes que eso, para la confianza en sí mismos y la sensación de que valen: antes de poder compartir a mamá con el hermanito nuevo, tienen que estar tranquilos de su amor incondicional  hacia ellos y de que ella fue plenamente suya el tiempo suficiente.  Antes de compartir sus caramelos con el primo tienen que confiar en que les van a regalar muchos más.
  • Ellos necesitan largos años de cooperar antes de poder competir: Al principio es mamá la que copera y sostiene el juego con su hijo chiquito.  A los tres o cuatro años ya pueden compartir un balde o unos legos para construir algo juntos, y varios años después, no antes de los nueve, pueden empezar a competir. Cuando los apuramos a prestar, a entender, a perder, a competir los chicos se enojan, se frustran, se desaniman o creen que ellos no sirven.  Muchas personas adultas todavía no lo lograron  porque siguen jugando para ganar, en un intento de sentirse capaces y valiosos.  El juego y el deporte son ideales para intentarlo. 
  • Buscar (con esfuerzo y entrenamiento) la madurez en un área seguramente va a ser a costa de otra: el tiempo que mi hijo usa para aprender a tocar el violín a los cuatro años, no lo tiene disponible para jugar, divertirse, conocer amigos, descubrir otros aspectos del mundo.  Para el buen desarrollo de los chicos buscamos que crezcan armoniosamente en todas las áreas, los ayudamos a desarrollar aquellas más flojas, en lugar de concentrarnos en las fuertes (que de todos modos les va a encantar desplegar sin ayuda nuestra).  Es decir que no buscamos que se destaquen mucho en ninguna, por lo menos en los primeros años.  Todos tendemos a hacer lo que nos sale bien, y nuestra tarea de padres es ayudarlos a hacer las cosas que no les salen tan bien, o acompañarlos y sostener su frustración hasta que lo logren.

JUGAR ES EL “TRABAJO” DE LOS NIÑOS
Winnicott define el juego como “una serie de actividades voluntarias que divierten y se ejecutan sin razón u objetivo específico alguno distinto al de distraerse y pasar un rato agradable”.  Es vital para el desarrollo físico y emocional de los chicos.
Los juegos no son sólo para divertirse: son indispensables para construir el pensamiento, la individualidad, la autonomía y para la socialización.  Por eso decimos que el jugo es el trabajo de los chicos.

¿POR QUÉ Y PARA QUÉ JUGAR?
  • Los chicos juegan por placer: El bebé empieza a jugar cuando está satisfecho y cómodo, sin hambre, sin sueño, es decir con sus necesidades básicas cubiertas y a partir de ese momento se abren ventanas de juego en la vida de los bebés que se extienden y enriquecen a medida que crecen.
  • El juego sirve para descarga de agresión: No le puedo pegar a mi hermanito recién nacido, entonces juego a la mamá con un muñeco y lo sacudo, lo reto, lo dejo solo y le hago todo aquello que le haría al bebé y mi mamá no me deja.  Molesto al perro porque minutos antes mi hermano mayor me molestó a mí y con él no me animo a meterme porque es muy grande…!, o no permito que mi hermanita juegue conmigo porque  hace un rato invité a un amigo y me dijo que no tenía ganas de venir y así descargo con ella toda la frustración de no sentirme elegido haciéndole sentir a ella lo mismo que yo acabo de sentir.  A través del juego (que a veces se sale de cauce cuando es fuerte lo que tienen que “resolver”) chicos y grandes elaboramos y descargamos las agresiones inevitables que nos inflige la vida, sin daño real para nadie.
  • A través del juego adquieren experiencia, aprenden a resolver problemas: Cuando un chico comienza armar un puente o una torre con bloques y encuentra dificultades, va buscando formas de resolverlas e incluso puede descubrir un nuevo uso de los bloques a partir de allí.
  • A través del juego descubren o reinventan el mundo (los más chiquitos incluso creen que lo inventan): En muchos intentos, fallidos algunos y otros exitosos, descubren o “inventan” los objetos, es decir un mundo que, en realidad, ya estaba ahí.
  • El juego sirve para aprender a perseverar, tener paciencia, esperar: Pero esto ocurre en tareas placenteras para las que vale la pena esforzarse y dan ganas de aprender… a vestir una muñeca, cuidando de que el pulgar de su manito no lo impida, perseverar en los intentos de saltar en un solo pie, tener paciencia hasta terminar el rompecabezas, esperar a que se seque la crealina antes de pintarla.  En estos aspectos, la presencia de un adulto que sostenga la frustración y las ganas de renunciar los ayuda mucho a seguir intentando.
  • Con el juego pueden integrar distintos aspectos de la personalidad: Amor, odio, tristeza, entusiasmo, alegría, miedo, celos.  Todos los pensamientos y emociones pueden representarse en el juego sin riesgo alguno para nadie, y así se animan a pensarlos o sentirlos y a integrarlos en sí mismos.  No hacen mal a nadie y se sacan las ganas, aunque sea en su imaginación.  Los juegos de policía y ladrón, distintos oficios, personajes de películas o dibujitos animados representan aspectos de sus personas que están tratando de integrar, entender, aceptar, dominar y/o resolver, además de divertirse obviamente.
  • Con el juego practican el dominio de sí mismos y del mundo externo: Exploran lo que se puede hacer y lo que no, lo que se animan a hacer, hacen ensayos sin correr riesgos.
  • El juego es ideal para relacionarse con otros chicos: Cuando son chiquitos alcanza con papá y mamá, los más chiquitos (uno y dos años) apenas interactúan con sus pares pero les encanta estar junto a otro chico, en juego paralelo, cada uno en lo suyo.  Luego irán aprendiendo a compartir y jugar juntos.
  • Con el juego mejora la comunicación: Para jugar es necesario hacer acuerdos, tomar decisiones conjuntas, discutir las reglas, armar equipos, etc.
  • El juego dramático o de representación aparece cerca de los tres años: Los ayuda a aprender “cosas de grandes” y tiene la importante función de ayudar a elaborar las situaciones de la vida cotidiana.  Cuando son chiquitos imitan a sus padres en una copia idéntica de lo que hacen los grandes. De a poco pasan a jugar a cocinar, arreglar el auto, la maestra, el jardinero y ya no es imitación sino identificación, es decir que hacen propio algún aspecto del otro.  A través de este juego, ellos pueden, como sus padres, mandar a sus hijos a la cama, retarlos todo el tiempo o pueden elegir representar alguna realidad mejor desde su propio punto de vista y “ser” aquellos padres ideales que les gustaría tener, que no obliguen a bañarse o que los dejen embarrarse.  Habitualmente comienzan  a hacerlo espontáneamente.  En caso contrario, es bueno que los padres los invitemos y favorezcamos este tipo de juego.  Es muy divertido jugar con ellos siendo nosotros los hijos o los alumnos que no pueden quedarse quietos o no hacen caso y verlos a ellos “trabajando” de mamá que suspira, está agotada o reta a sus hijos.  No nos asustemos si vemos que la mamá que representan es muy gritona, el papá pega o la maestra es una bruja: ellos representan en juego la forma de lo que ven, sin el contenido, sin el fondo amoroso que nos lleva a alejarlos del enchufe de un tirón.  ¡No somos tan malos como nos muestran ellos en sus juegos! Y si estamos atentos podemos descubrir muchas de las cosas que pasan por sus cabecitas aunque no las cuenten.
Los  chicos representan situaciones de la vida diaria para divertirse, para entenderlas, también para apropiarse, por medio de una rica identificación, de los distintos aspectos de las personas que los rodean o para elaborar alguna cuestión importante para ellos.  Jugando, los chicos pueden dominar acontecimientos difíciles, sentirse capaces cuando no se sienten así, curarse las heridas de la vida.  En el juego las cosas son como quieren los chicos, a diferencia de la vida real que puede ser muy frustrante para ellos.  En el juego todo se puede, nada es imposible.  A través del juego nos adaptamos activamente a la realidad: “se hace activamente lo que se sufrió pasivamente”.  Una forma adulta de hacer lo mismo es contar lo que nos pasó una y mil veces.
(Los chicos juegan.  Lo que no alcanzan a elaborar a través del juego lo sueñan.  Cuando el sueño tampoco alcanza, se convierte en pesadilla, que sólo sabemos que el chico soñó cuando la angustia lo despertó.  Debe haber muchas pesadillas “exitosas” que cumplen  su función de ayudarlos a elaborar lo vivido pero no nos enteramos porque no se despertaron angustiados ni las recuerdan a la mañana siguiente.  De todos modos, muchos sueños suelen ser simplemente expresión de deseos.)

¿Y LOS JUGUETES?
Pocos y sobre todo simples.  Abramos nuestra mente para permitirles jugar con ramitas del jardín, tuppers, armar una casita debajo de la mesa del comedor con una sábana o usar las sillas para armar un tren o un avión.  Los juguetes de las propagandas suelen ser complejos y sofisticados, para que los chicos los pidan, jueguen un rato, se cansen y pidan otro.  A los adultos nos cuesta aflojarnos en estos aspectos, no importa que al principio no aprovechen el juguete o no sigan las reglas del juego.  Ya va a llegar. Puede desesperarnos pero dejemos que investiguen y experimenten.  Así como el bebé se apropia de los objetos metiéndoselos en la boca, los más grandes investigan lo nuevo con sus viejos y conocidos esquemas antes de animarse a aprender los nuevos.
No perdamos la oportunidad de ofrecernos como juguetes para nuestros chicos: maleables a sus deseos, disponibles, aceptando sus reglas, sin anular, favoreciendo, abriendo, preguntando y sosteniendo cuando están por abandonar.  Lo hacemos con los chiquitos sin pensarlo pero cuando los vemos más grandes queremos que jueguen solos o con otros chicos.  El juego con otros chicos no remplaza el juego con mamá y papá que “piensan” y saben cómo ayudarlos a sentirse fuertes, capaces, a seguir intentando.
El concepto de FLOOR TIME del Dr. Stanley Greenspan  apunta a un adulto totalmente entregado al encuentro, sentado con el chico, a su altura, mirándolo e interactuando con él sin aceptar interrupciones externas.
Floor time no es hacer las tareas con ellos ni que nos acompañen al banco o al supermercado ni que nos ayuden a cocinar.
Floor time es un rato de total disponibilidad de los padres. Ideal es quince minutos o media hora por día con cada uno de nuestros hijos.  No necesita ser literalmente en el piso, es una cuestión de estar ahí, de hacer lo que el chico quiera o le interese, de entrar en su mundo.  Es espontáneo y no estructurado por nosotros, cuando nos acercamos no tenemos una intención preconcebida.  Lo seguimos en su juego o conversación tratando de sostener, ampliar y enriquecer lo que está ocurriendo o lo que está comunicando. ¡Y sobre todo disfrutando esta manera de estar juntos! totalmente comprometidos con el encuentro, sin TV, sin teléfono, sin nada que nos distraiga.
Cuesta mucho al principio.  Las primeras veces que lo intentamos los minutos parecen eternos y de apoco comenzamos a disfrutar esa intimidad que se alcanza. Y en un momento nos damos cuenta de que ya no podemos vivir sin esos ratitos de encuentro con ellos.
Puede que las primeras veces a nuestros hijos les cueste dejarnos ir.  Está encantado de tenernos y tiene miedo de que no se repita el encuentro por mucho tiempo. Muy pronto veremos que se acostumbra a que se termine porque ya sabe que mañana lo haremos de nuevo y pasado y al día siguiente.
¿Por qué vale la pena? Porque el chico siente que importa, se siente seguro, querido y elegido. Lo ayuda a saber que los padres nos interesamos por su persona y con el correr de los días y los encuentros de este tipo, los padres desarrollamos una relación más cercana y más cálida con nuestros hijos.
No es un tiempo acordado con ellos sino con nosotros mismos.  De otro modo ellos lo verían como nuestra obligación y perdería esa “magia” que les permite ir confiando, que, en algún momento del día, tanto mamá como papá se van a acercar a ellos y por eso pueden esperar tranquilos hasta que llegue ese momento.

NOTA: Fragmentos del libro “Criar hijos confiados, motivados y seguros” (hacia una paternidad responsable) de Marichu Seitún. Ed. Grijalbo

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