domingo, 22 de enero de 2012

Más guía, menos castigo
Todos desearíamos poder criar a nuestros hijos sin tener que recurrir a gritos ni amenazas. Pero también sabemos que los límites contienen y ayudan a crecer. ¿Existe una forma de educar que no apele a la violencia ni la genere en los niños? Existe, y se llama Disciplina Positiva.
 La palabra disciplina ha adquirido en nuestros días una connotación negativa. Criados a veces por padres rápidos para castigar o levantar la mano,  influidos por teorías psicológicas que enarbolan la autoestima de los chicos como bandera, muchos padres hoy comparten un secreto desafío: tienen pánico de educar a sus hijos con normas y reglas restrictivas, y cuando lo hacen se mueren de culpa. Quieren que sus niños crezcan respetuosos y educados, pero carecen de modelos válidos para lograrlo. ¿Es ésta una situación imposible? 
En absoluto. Estudios recientes demuestran que los chicos vienen al mundo con una tendencia innata (escrita en sus patrones cerebrales) a conectar afectiva y cognitivamente con otros, y que los niños que desarrollan una conexión fuerte y sana con su familia y su comunidad son menos proclives a tener problemas de conducta. A su vez, para poder contribuir a la comunidad es necesario que los chicos aprendan ciertas habilidades sociales importantes. Las nuevas corrientes pedagógicas, entonces, se construyen sobre dos preceptos: la disciplina se aprende, y la disciplina enseña.
No se trata de un concepto nuevo. El psicólogo vienés Alfred Adler (1870-1937), un contemporáneo de Freud con ideas bien distintas acerca de la naturaleza humana, estaba convencido de que lo que movía la conducta de las personas no eran los hechos del pasado sino el deseo y la necesidad de pertenecer a una comunidad. Sus ideas echaron raíz en Estados Unidos -y en otras partes del mundo- luego de que se exiliara allí huyendo de los nazis.
“Disciplinar es diferente a castigar -explica Valeria Fontanals, psicopedagoga, Magister en Educación por el Harvard Graduate School of Education y fundadora del Proyecto VF, espacio psicológico, educativo y cultural)-. Disciplinar significa establecer normas claras que deben ser seguidas, con referencias que regulan el comportamiento infantil. Poner límites quiere decir, también, contener de forma física y emocional.” La especialista argentina subraya que “la falta de límites trae aparejados problemas de conducta y sobre todo frustraciones. Los chicos que se gobiernan a sí mismos son chicos a los que en el futuro les va a costar mucho aceptar las frustraciones. Están en la fase de distinguir lo correcto de lo errado, lo que está bien de lo que está mal. Necesitan adoptar normas que en el futuro les permitan relacionarse con el mundo.” 
¿Pero por qué los padres no pueden decirles que no a sus hijos? ¿Es posible revertir esta situación? Para Fontanals lo primero es tomar conciencia de qué tipo de disciplina aplicaron nuestros padres con nosotros, ya que ésa es la conducta que tendemos a repetir espontáneamente. Muchas veces, la relación con los hijos pemite a los padres subsanar carencias sufridas en su propia crianza. 
Ese fue el caso de Alejandra Ferrero (43), mamá de Paloma, de 6 y Micaela, de 14. Criada por una madre que no desestimaba la violencia física ni verbal a la hora de imponer su autoridad, Alejandra hizo de la maternidad una apuesta al cambio y a la reparación. “Cuando tuve a mi hija me puse como objetivo jamás repetir ese patrón que tenía incorporado. Empecé a buscar otras alternativas en todos los sentidos. Para poder poner límites a mis hijas tuve que aprender a conocerme.”
Hizo cursos, buscó referencias en la familia de su marido y tendió redes entre sus conocidos. Así pudo encontrar una forma armoniosa de relacionarse con sus hijas. “Ellas me obligaron a confrontarme con mis propios fantasmas. Ahora reflexiono cuando me saco y les reconozco mis defectos. Es difícil no repetir lo que tuviste, es mi gran desafío. Yo decía ‘jamás le voy a gritar ni pegar a mis hijos’. Pude sostener lo de pegar, pero reconozco que a veces grito. Una vez le grité a Micaela y ella me dijo ‘¿Me lo podés decir sin gritar?’ Y reaccioné.” 
Una de las enseñanzas más importantes que acuñó Alejandra en su búsqueda como madre fue que “para criar hijos con armonía hay que tener tiempo. La falta de tiempo quita armonía. La maternidad es un camino de autoconocimiento muy profundo, porque nuestros hijos nos invitan a vernos.” Por esta misma cualidad, cree que no es bueno transitar ese camino sola. "Una mamá con un niño pequeño nunca debiera estar sola”, destaca.
Para Gabriela Kogan, de 46 y madre de Clara de 7 años,  las cosas se dieron de una forma más natural. “En mi casa los límites siempre fueron conversados. Vengo de una familia de psicólogos y por suerte pude repetir ese modelo con mi hija Clara.”
Gabriela cree que la mejor forma de poner límites es a través de la comunicación. “Para mí el ‘porque sí’ no es una respuesta. Yo le trato de explicar las cosas y cuando no las entiende le digo: ‘Soy tu mamá y sé que es lo que más te conviene. Te digo esto porque quiero cuidarte y sé cómo hacerlo. Confiá en mí.’ Eso lo puedo hacer cuando estoy segura de la decisión que tomé. Mi marido siempre me dice: ‘No la amenaces con nada que no vayas a cumplir’. Es el desafío más grande que tenemos como padres”. Y agrega: “Para mí la disciplina tiene que ver más con el tono que con lo que se dice. Cuando les das todo lo que piden, los chicos se vuelven unos eternos insatisfechos. A veces le negocio la ropa que se pone o los horarios de la tele porque entiendo que es una niña de su tiempo y tengo que respetarla. Cuando va a la casa de las amigas quiere usar lo que usan y aunque yo no esté tan de acuerdo, me parece algo normal. Lo importante es decirle que la vida no son las pulseritas ni el programa de turno.” 
Está claro que las características de cada niño requieren de estrategias disciplinarias diversas. Alejandra ejemplifica con sus hijas: “A diferencia de Micaela, Paloma se rebela contra las normas de la casa. Y yo trato de acompañarla con su propia energía. Paloma es activa, entonces le ofrezco actividades, y cuando está enojada sé que la saco de ese estado con el humor.” El humor sería, en este caso, una estrategia de disciplina positiva.
Viejos dilemas, nuevas herramientas
Según Jane Nelson, educadora estadounidense y autora de varios libros de pedagogía, la disciplina positiva tiene las siguientes virtudes: otorga una sensación de conexión, pertenencia y significado; es respetuosa del niño y de los padres; es efectiva porque toma en cuenta lo que el chico piensa y siente; enseña habilidades sociales como el respeto, la cooperación y la consideración por el otro, y genera autonomía al educar a los chicos en la resolución de problemas.
¿De qué herramientas se vale?
La auto-observación: Recientes investigaciones en neurociencia dan cuenta del poder de la imitación en los seres humanos. En un contexto pacífico, sin gritos ni agresiones, el chico aprende a expresarse y actuar sin violencia. Así, es notable cómo los padres que se entrenan en auto-observarse en la vida cotidiana pueden regular mejor la expresión de sus emociones, darse cuenta de cuándo están descargando en ellos frustraciones del día, o cuándo están siendo poco firmes en servir de parámetro externo de disciplina. La mayor bendición que un niño pueda recibir es la de ser criado por padres que trabajan sobre sí mismos cotidianamente, ya que recibirán los frutos de esa capacidad de discernimiento que la auto-observación provee. 
Practicar el “time out” (tomar distancia): En medio de un berrinche o una confrontación aguda, puede ser útil parar la situación  alejarse un rato para poder calmarse y pensar. Cuando un chico está desbordado por el enojo o la emoción, su cerebro no puede procesar lo que el adulto le está transmitiendo, y menos aún si el adulto también está tomado por sus propias emociones. A diferencia de la vieja consigna de “al rincón a pensar en lo que hiciste”, la idea del ‘time out’ es dar a ambos –el niño y la madre o el padre- un tiempo y un espacio para calmarse y procesar mejor lo que están sintiendo. Conviene explicitarlo: “Ahora cada uno va a estar solo un rato, hasta que podamos hablar más tranquilos”.
Ser coherentes: Cuando la misma conducta a veces está bien y a veces está mal, el chico no recibe una consigna clara. La ausencia de consignas claras es un semillero de conductas disruptivas en el futuro. Si uno cree que se equivocó y quiere cambiar las pautas, es mejor reconocer el error y pedir disculpas que cambiar de actitud sin más. Desde la vieja concepción de crianza, pareciera que pedirle disculpas a un hijo por haberse equivocado o excedido en una actitud hacia ellos implicaría asumir una posición de debilidad. Muy por el contrario, si esto se da en un contexto de roles claramente definidos, para un chico puede ser invalorable el aprendizaje de que el adulto se haga cargo de ese error, y lo considere como persona. Le dará pautas para hacer lo mismo cuando suceda lo inverso y sea el hijo quien tenga que hacerse cargo de sus errores.
Dar opciones: Todos los chicos –aun los más pequeños- necesitan ejercitar la facultad de tomar algunas decisiones propias, de manera de ir cobrando confianza en ellos mismos. El secreto es hacerlo dentro de límites razonables: si no se le puede dejar que vaya al jardín con el disfraz de lentejuelas, por ejemplo, al menos se le puede ofrecer que elija entre todas sus otras prendas, y luego respetar su decisión. Siempre hay una elección posible. 
Pedirles ayuda: Sobre todo con los adolescentes, una forma sorprendentemente eficaz de resolver conflictos es pedirles ayuda: consensuar con ellos reglas necesarias, e incluso las consecuencias que tendrá el hecho de incumplirlas. Cuando una situación se desborda y el padre no sabe cómo manejarlo, a veces puede ser válido pedirle al hijo que piensen juntos cómo superar el trance.
Ver más allá: En los nenes chiquitos es muy frecuente que el capricho o el berrinche esconda tristeza, cansancio o enojo por alguna cuestión ajena a la situación concreta que lo desató. A veces son celos por un hermanito, necesidad de mayor atención del padre o la madre, o una reacción inconsciente a algún conflicto que está ocurriendo en la casa. En todos estos casos, un abrazo amoroso puede ser la mejor respuesta. Cuando el berrinche cede, suelen aparecer las emociones reales que lo motivaron.
Confiar y dar confianza: La confianza de los padres en sus hijos, y viceversa, es clave para tener un vínculo sano que ayude a crecer. Los padres tienen que lograr que los hijos se animen a expresarles lo que sienten y a contarles las cosas que les pasan. Muchas veces, empezar por expresar confianza -sin dejar de lado una razonable cautela- es la mejor forma de ayudarlos a ganársela. 
www.vivisophia.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario